7 años de guerra en Siria

Hoy, 15 de marzo de 2018, el mundo se enfrenta a una triste efeméride: se cumplen siete años del inicio de la guerra en Siria, que se ha cobrado ya más de medio millón de muertos y ha obligado a 5,6 millones de personas a refugiarse en otros países, fundamentalmente Jordania y Turquía. De hecho, Siria fue en 2016 el país de origen de la mayoría de los nuevos desplazamientos en el mundo (824.000), y también  el que más población refugiada ha generado en total (casi el 20% de la población refugiada total).

Los niños, niñas y jóvenes son los principales afectados por este conflicto, tanto por su situación de especial vulnerabilidad como por enfrentarse a amenazas específicas que les afectan en este tipo de situaciones, como el tráfico de menores, el reclutamiento como niños y niñas soldado, la prostitución, la trata o el matrimonio infantil. 2017 ha sido especialmente trágico para los menores sirios, ya que fue el año con un mayor número de niños y niñas muertos desde el inicio del conflicto (910, un 50% más que en 2016); el inicio de 2018 no está siendo en absoluto esperanzador: debido al recrudecimiento del conflicto, ya han muerto o resultado heridos más de 1.000 niños y niñas.

La población siria, y especialmente su infancia, se está viendo afectada por una flagrante vulneración de la mayoría de sus derechos, entre ellos el derecho a la educación.

En este contexto, y en el marco de un llamamiento generalizado para que la comunidad internacional adopte las medidas oportunas para poner fin a esta tragedia, desde la Campaña Mundial por la Educación (CME) queremos reivindicar la necesidad de que se haga todo lo posible para garantizar el derecho a una educación de calidad para todos los menores sirios, tanto los que siguen en el país como los que se han visto desplazados o están en situación de refugio.

A lo largo de estos 7 años de conflicto, 2’4 millones de niños y niñas sirias han visto interrumpido el ejercicio de su derecho a la educación (1’75 millones siguen en Siria y 730 mil se encuentran en países limítrofes como Líbano) y uno de cada tres centros escolares sirios han sido destruidos o están destinados a otros usos. Privar a niños y niñas de su educación supone perder su presente y su futuro, sus posibilidades de aprender, jugar y vivir una infancia y una vida adulta con dignidad. Ese tiempo no se recupera.

No queremos dejar de poner en valor el papel fundamental de la educación no sólo como derecho, sino como herramienta de protección de la infancia frente a los distintos tipos de violencia a la que se puede ver sometida y como mecanismo para normalizar la vida de los menores afectados, ayudándoles a superar la situación de estrés que atraviesan y a recomponer sus vidas, dotándoles de un espacio no sólo de aprendizaje, sino también de juego y ocio en el que desarrollar una vida social adecuada con otros niños y niñas de su edad. En este contexto, cabe destacar también la necesidad de poner los medios para ofrecer una educación inclusiva, accesible a todos y todas, ya que los menores con discapacidad a causa del conflicto son un colectivo especialmente vulnerable que enfrenta un importante riesgo de exclusión de abandono.

La sociedad siria no sólo se enfrente a la división, el miedo y el terror. Se corre el riesgo además de que la reconstrucción, que algún día llegará, se encuentre con el obstáculo de varias generaciones perdidas. La educación no sólo es el mejor medio para evitarlo, sino que es el único mecanismo para reconstruir una sociedad rota a partir de valores como la paz, la tolerancia, el respeto y la no-violencia.