Monteserín Fotografía / Argentina

Día Internacional de la Niña

Como cada año desde 2011, el 11 de octubre, se celebra el Día Internacional de la Niña, con el objetivo de visibilizar los enormes retos a los que se enfrentan las niñas y adolescentes en todo el mundo, así como la importancia de garantizar sus derechos. Entre ellos está, por supuesto, el derecho a la educación. Históricamente, las niñas y adolescentes han sido discriminadas en su acceso a la educación. Actualmente, y aunque esta tendencia está cambiando y estamos muy cerca de alcanzar la paridad de género en términos de matriculación escolar, tanto en primaria como en secundaria, a nivel regional y nacional siguen existiendo enormes disparidades. Esto quiere decir que, en determinados países y contextos, las niñas de todas las edades aún deben enfrentarse a enormes obstáculos en su acceso a la educación. Si bien la región con más menores sin escolarizar es África Subsahariana, las mayores desigualdades de género en cuanto a la matriculación, tanto en primaria como en secundaria, se observan en Asia Central. Asimismo, tanto en el Norte de África como en Asia Occidental, las niñas de todos los grupos de edad tienen más probabilidades que los niños de verse excluidas del acceso a la educación: en esas regiones, por cada 100 niños de primaria sin escolarizar hay 117 niñas que ven vulnerado su derecho a la educación. Además, en términos globales, las niñas siguen teniendo más probabilidades de quedar permanentemente excluidas del acceso a la educación. Según datos de UNESCO, 9 millones de niñas en edad de cursar estudios de primaria nunca tendrán la oportunidad de aprender a leer y escribir, frente a los 3 millones de niños en esa situación.

Por otro lado, tal y como ha destacado el último informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo (GEM) de UNESCO, la situación empeora si sumamos otras variables, y en concreto el estatus de migrante o refugiada. En lo que se refiere a la migración de zonas rurales a zonas urbanas, cabe destacar que muchos de los niños que migran desde zonas rurales dejan la escuela para trabajar como empleados domésticos en hogares urbanos; la cifra total de menores en esta situación era de 17,2 millones de menores, de los cuales dos tercios eran niñas. En segundo lugar, el informe pone de manifiesto que el acceso a la educación de los menores refugiados es sumamente bajo, especialmente en el caso de las niñas. Un estudio realizado entre los menores afganos refugiados en Pakistán puso de manifiesto que su tasa de matriculación en primaria era inferior a la mitad de la tasa nacional de Pakistán (29% frente al 71%); estas cifras se agravaban en el caso de las niñas refugiadas, cuya tasa de matriculación neta en primaria (18%) era no sólo la mitad que en el caso de los varones (39%), sino incluso de menos de la mitad que la de las niñas en Afganistán. Esta enorme desigualdad repercutía lógicamente en los índices de alfabetización entre la población adulta: tan sólo el 8% de las afganas refugiadas estaban alfabetizadas, frente al 33% del conjunto de los refugiados afganos en el Pakistán.

Ante estas cifras, desde la CME queremos reivindicar la necesidad de promover el acceso de todas las niñas a la escuela, así como de invertir en que sea una realidad. En primer lugar, porque se trata de un derecho que debe garantizarse sin que las niñas sufran ningún tipo de discriminación por el mero hecho de serlo. Y, en segundo lugar, porque la educación de las niñas comporta enormes ventajas, tanto para ellas como para el conjunto de la sociedad. La escolarización protege a las niñas frente a distintos tipos de violencia, como la violencia de género, el matrimonio temprano y forzado y los embarazos prematuros; por ejemplo, si todas las niñas del Sur de Asia, Asia Occidental y África Subsahariana terminasen la educación secundaria, el matrimonio infantil forzado se reduciría hasta en un 64%. La educación de las niñas tiene también efectos positivos para la salud, reduciendo la mortalidad infantil y materna, ya que las mujeres con mayor nivel educativo tienen hijos más tarde (lo cual incrementa sus posibilidades de sobrevivir al parto), y tienen mayores conocimientos sobre cuestiones que, como la nutrición infantil, inciden en los índices de supervivencia de sus hijos. Por último, la educación de las niñas termina repercutiendo positivamente en el desarrollo de las comunidades, por ejemplo en términos económicos; se ha demostrado que las mujeres con mayor nivel educativo y mayores posibilidades de generación de ingresos invierten en la comunidad donde viven un porcentaje mayor de esos ingresos que los hombres. Esto se ve reflejado también a nivel más global: según datos de la Alianza Mundial por la Educación (AME), por cada incremento del 1% en la tasa de escolarización de las niñas,  el PIB se incrementa en un 0,3%.

Más allá de los datos, estamos siendo testigos de lo mucho que pueden aportar las niñas en el camino hacia un mundo más próspero, justo y sostenible, con ejemplos tan mediáticos como el de Malala o más recientemente Greta Thunberg. Hemos visto que la educación desempeña un papel imprescindible a la hora de desarrollar todo ese enorme potencial transformador de las niñas. No dejemos que se desperdicie por no garantizarles ese derecho.