10 Jul Si la educación no puede esperar, entonces la ayuda humanitaria debe aumentar
El Informe Global de Asistencia Humanitaria (GHA, por sus siglas en inglés) de 2018 fue publicado la semana pasada junto con el Informe de Tendencias Globales de la ACNUR. Así como hay más personas desplazadas que nunca, los niveles de asistencia humanitaria también están en su punto más alto.
El informe GHA de 2018 muestra que la ayuda humanitaria ha aumentado durante cuatro años, aunque solo en un 3% entre 2016 y 2017. La asistencia humanitaria no solo está aumentando en términos absolutos; también está creciendo como un porcentaje de los presupuestos totales de ayuda como resultado del creciente impacto de los conflictos y los desastres naturales.
El informe GHA de 2018 también nos dice que más de 200 millones de personas necesitaron asistencia humanitaria internacional en 2017, una quinta parte de las cuales se encontraba en solo tres países: Siria, Turquía y Yemen. El hecho de que Siria haya estado en primer lugar durante cinco años es un recordatorio de que las crisis son en su mayoría prolongadas. No menos de 17 de los 20 mayores receptores de asistencia humanitaria internacional en 2017 fueron receptores a mediano o largo plazo.
El aumento de los niveles de ayuda humanitaria en los últimos años por fin ha llegado a la educación, como lo demostró nuestro documento de política del mes pasado. La financiación humanitaria global para la educación alcanzó los US$450 millones en 2016, de los cuales US$301 millones se destinaron a planes de respuesta humanitaria.
Sin embargo, el informe GHA de 2018 nos recuerda que ha habido un déficit del 41% en los fondos solicitados en los llamamientos coordinados por la ONU. Muchas de los llamados hechos por el sector educativo, por lo tanto, han quedado sin respuesta. El porcentaje de la ayuda humanitaria total asignado la educación fue extremadamente bajo (tan solo un 2,1%). Esto está muy por debajo de lo necesario. Se demostró que, incluso si se hubiera alcanzado la meta del 4% para la educación, millones de personas habrían quedado sin ayuda.
Por qué la educación no es más priorizada en la agenda es un misterio. Especialmente cuando uno sabe, como demostramos en 2011, que los conflictos en países de bajos ingresos han durado más de una década, más de lo que la mayoría de los niños y jóvenes de dichos países normalmente pasarían en la escuela. Y esa educación es mucho más que una primera respuesta en las crisis: también es una socia estratégica para solucionar la raíz del problema. La educación todavía no se considera urgente y salvadora de vidas, y es devaluada como prioridad. Las intervenciones para salvar vidas generalmente se financian primero, como lo muestra el siguiente gráfico del GHA de 2018. De igual manera, los intentos de vincular la ayuda humanitaria y de desarrollo han sido más que tímidos.
Han pasado dos años desde la Cumbre Humanitaria Mundial, cuando los donantes acordaron encontrar una nueva forma de trabajar. Fue entonces que se lanzó Education Cannot Wait (La ayuda no puede esperar), un fondo establecido para proporcionar educación a los niños en situaciones de crisis que tenía como objetivo recaudar US$3,85 mil millones para 2020. En marzo de este año, el Fondo había invertido US$81 millones en 14 países afectados por la crisis. Esto es bienvenido, pero insuficiente.
El informe GHA de 2018 sugiere que el panorama de la ayuda humanitaria no se está modificando, aparte de algunos ajustes marginales. Pero la educación no puede esperar. ¿De dónde vendrá la respuesta que necesitamos?