23 de abril, Día Internacional del Libro. Palabras que transforman vidas.

Una promesa, una aventura, un regalo. Una puerta, un misterio, una oportunidad. Un libro es todo eso y mucho más. Pocos objetos tienen tanto de simbólico, tanto de espiritual. Y pocos nos remiten de una forma tan clara, al menos en el imaginario occidental, al concepto de educación. Por eso este 23 de abril, Día del Libro, no queremos dejar de celebrar que existen, que nos abren nuevos caminos, y que tienen la capacidad de transformar vidas.

Decía Miguel Delibes que “un pueblo sin literatura es un pueblo mudo”. Efectivamente, la literatura y las palabras conforman realidades y, de alguna manera, permiten dar sentido a nuestra existencia. Sin olvidar la transmisión oral de los saberes, podríamos decir que los libros son el principal recipiente donde se vuelcan las historias que los humanos nos hemos ido contando a lo largo de los siglos para seguir vivos. Son también un instrumento maravilloso de transmisión de esos saberes, de esos conocimientos, de los valores que definen y configuran a las sociedades. Los libros ocupan un lugar especial entre todas las personas que consideramos la educación como una piedra angular del presente y del futuro de la humanidad, quizá porque sabemos que quienes tenemos acceso a ellos podemos considerarnos privilegiados.

Ya antes del estallido de la pandemia, había aproximadamente 258 millones de niños, niñas y jóvenes sin escolarizar en todo el mundo; los datos de UNESCO decían que, de ellos, más de uno de cada cinco no pisarían jamás un aula, en lo que llamamos exclusión permanente del sistema educativo. Después de años de estancamiento en los avances en el acceso a la educación, la crisis de la COVID-19 puede dar el golpe de gracia al compromiso de alcanzar una educación equitativa, inclusiva y de calidad para todas las personas en 2030: en este momento ya hay más de 1.500 niños, niñas y jóvenes de 191 países que no pueden ir al colegio debido al cierre de los centros educativos. Para muchos de ellos, en España pero sobre todo en los países en desarrollo, esto significa no poder continuar con su proceso educativo formal, entre otras cosas por carecer de las tecnologías necesarias para hacerlo a distancia (desde Internet hasta electricidad), como la falta del necesario acompañamiento docente.

Millones de estos niños y niñas no podrán reincorporarse jamás. Pensemos por un momento lo que esto significa en primer lugar para ellas y ellos, pero también para todos nosotros: derechos vulnerados, talentos perdidos, oportunidades robadas. Por eso, en un día como hoy, merece la pena recordarnos a todos y todas, y en especial a quienes toman las decisiones políticas, que la educación tiene que ser un elemento esencial de tanto de la respuesta a esta (y otras) crisis como de los planes de recuperación posteriores. Que se lo debemos a esos niños y niñas, a todas esas historias que no pueden ser leídas por todos y todas, a todos esos libros que, de otra manera, no se escribirán nunca. Que, como sociedades, tenemos la obligación de invertir lo necesario para que, un día,  todas las personas puedan disfrutar de los libros que hoy celebramos.

Esperamos que éste sea otro de los aprendizajes sobre los que nos paremos a reflexionar estos días, quizá #LaMejorLección para alguna de las personas que nos leéis. No dejéis de compartir estas lecciones en nuestras redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram), si puede ser con un buen libro entre las manos.